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sábado, noviembre 15, 2008

ficciones

ASÍ HABLA EL PERSONAJE:

Qué si soy un eterno seductor?

Cierto.

Me encanta serlo. Me encanta tener un profundo conocimiento de mí mismo y un minúsculo, aunque sustancioso conocimiento de los comportamientos del sexo opuesto.

He aprendido que es cierta una de las máximas de los seductores:

Ninguna mujer resiste un ataque de elogios. Ya sean discretos, elegantes, de finos modos, breves o todo lo contrario (y completo la frase pensado que esta contraposición es ya muy parecida a recurso de canción pegajosa y fea): descarados, vulgares, barriobajeros, extensos como poesía; en fin.

Es muy bonito ver derretirse a una mujer cuando uno la halaga. Recuerdo particularmente dos deliciosos casos muy claros y como soy un caballero, no hablaré de eso. Lo cierto es que esto es saludable para ambos porque lo mágico es que los dos agentes aligeren sus barreras y obtengan sensación de alivio.

Pero es cierto y lo he comprobado con un buen número de lindas mujeres: ancianas, jovenzuelas, profesoras de la universidad, recepcionistas de oficina de gobierno, adorables madres de familia, duras mujeres roqueras, ascetas místicas. Y -es verdad- en todas, en distintos grados, he visto desmoronarse sus varias resistencias y poco a poco ceder ante una linda sonrisa y un halago amable. Y digo amable porque así soy yo; se me dificulta la vulgaridad. Seguramente habrá a quien le funcione muy bien, a mí no me sale.

Sé que soy afortunado. Estoy dotado de una sonrisa ligera, coqueta y armoniosa. Castíguenme los sesudos y los de emotividad profunda por asumirme así. Es muy probable que a muchos de mis amigos (que no mencionaré aquí, pero de seguro se están reconociendo) no les sea tan fácil conseguir trámites rápidos, colas menos largas, perdones por llegar tarde (aunque eso ya casi no), y otros muy distintos favores que he obtenido gracias al conjunto que logran mis dientes, mis labios y sus alrededores.

Amigos y amigas que para estas alturas se sienten ligeramente ofendidos por el alto nivel de vanidad de su servidor: no se preocupen; estoy completamente seguro de que me verán arder en el infierno: no sé si me ubiquen en el quinto círculo, donde los soberbios se ahogan en el pantano del Estigia o más probablemente en la primera fosa del octavo círculo (las malebolgias), en donde los seductores son castigados con el látigo sin cesar. Disculpen si mi referencia no es muy precisa, hace mucho que no releo la Divina Comedia.

Bueno, ya me estoy desviando: este texto visita tres puntos: una máxima de Casanova, lo afable de mi sonrisa y mi confesión como un supremo vanidoso.

Y no me arrepiento y no es presunción. Disfruto mi condición y me gusta conocerme bien. También disfruto el conocimiento de lo femenino, en general de lo humano, que me ha dado mi experiencia.

Y ahora una estrategia jocosa.

Consiste en dejar salir el halago como una especia que no predomina pero que brinda un rico sabor. Como no queriendo la cosa; casi de forma imperceptible. Jamas un ataque directo en la primera arremetida. Circunstancial. La mirada, eso sí, firme.

El ejemplo.

Estoy ante la recepcionista de una oficina de gobierno. Es probable que sea agente de seguridad o poli. He olvidado mi credencial de elector. Nada grave, pero sus instrucciones son NO DEJAR PASAR A NADIE sin dicha identificación. Entonces yo llego con una gran sonrisa. Comento los motivos de mi visita, hago preguntas con el fin de denotar claramente el buen conocimiento que posee mi interlocutora del funcionamiento interno de la organización visitada. La hago sentir poderosa, pero no tanto como para encender la idea de ejercer ese poder para no dejarme entrar.

Es mejor seguir por el camino del halago a su intelecto. Lo físico se lo estamos dejando a la mágica sonrisa, no al habla.

Después de enaltecer su poder logístico hay que ablandarla y hacerle ver que es una mujer moderna, humana, justa y sensible. Y por supuesto, GUAPA. Eres un patán si realizas este procedimiento sin considerar -honestamente, desde lo profundo- a tu interlocutora una mujer bella. Aclaro que no se trata de un engaño, si lo haces con este afán, has perdido desde ya.

Continúo. Ahora, hacemos ver el entorpecimiento que pueden causar las reglas estrictas. Por ellas puede alentarse la efectividad de los procesos.

La sonrisa debe ser en este momento juguetona y risueña como la de un niño travieso: el principio de la seducción, la travesura.

Antes de que suceda, comenzamos a agradecer el favor. Si uno asume que ya se concedió, nuestra interlocutora no siente que tiene que ceder, sólo sigue un movimiento natural dentro del juego: aceptar.

Hecho. Nos han dejado pasar.

La estrategia alterna consiste en seguir empoderando a nuestra bella interlocutora y recargar hacia nuestro beneficio la decisión que toma en base a su jerarquía.

Resumiendo: ante una figura de poder los elogios van al intelecto y la sonrisa al corazón (y a la entrepierna pero únicamente como una fugaz ráfaga de aire fresco).

Algo similar sucede con los hombres, pero de eso hablaremos en otra entrada. Por ahora es suficiente.

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