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miércoles, marzo 10, 2010

Maíz

En medio de centenares de personas pasando segundo a segundo por la ya de por sí estrecha acera de Avenida Ricarte y que se acorta más gracias a dos parabuses y vendedores ambulantes que cubren toda la banqueta, había yo visto un puesto nuevo donde venden quesadillas y gorditas.

Ahí me senté a desayunar hoy (12:00 pm hora estándar). No lo había hecho antes porque acostumbro, en esa zona, otro puesto que está más adelante donde tienen una salsa de molcajete muy buena y además porque sentía ese lugar algo incómodo. Es verdad cuando digo que centenares de personas pasan segundo a segundo; no es hipérbole, es literal.

Mientras esperaba mi huarache, captó mi atención la manera en que la mujer preparaba el alimento. Paciencia para que la masa adoptara la forma esperada; caricias para que estuviera suavecita. Aplicación al fuego con precisión; que no se queme pero que se tueste bien y que conserve suavidad al interior.

Captó mi atención porque no era una preparación normal como estamos acostumbrados en el DF, apurada, con prisas por la demanda. La mujer preparó mi huarache (y posteriormente una gordita de chicharrón con queso) con tranquilidad y cariño hacia la masa. Me sentí inmerso en un ritual cotidiano.

¿Por qué no sentimos respeto por esas raíces? Al menos una actitud de sorpresa y veneración ante costumbres y ritmos diferentes a nosotros, occidentalizados. Vemos documentales sobre la vida de los indios (de la India) o los africanos y nos parecen maravillosos pero junto a nosotros tenemos un pueblo que vive más cercano a la tierra, al maíz, a la naturaleza, con un andar tranquilo y pausado, y pocas veces apreciamos su encanto.

Calificación para la gordita: 9; sigo prefiriendo la salsa molcajeteada y picosísima del puesto anterior.

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