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martes, septiembre 21, 2010

decisiones

La suma de pequeños segmentos de tiempo, acumularon un alto porcentaje de mi día dedicado a pensar sobre las decisiones. En particular, sobre las decisiones que tomamos apresuradamente, sin fundamentar las acciones y que, en muchos casos, tienen fuerte impacto pues determinan nuestros pasos sucesivos.

La última mala decisión que tomé, me cobró con una noche de vómito y dolor intenso. A la fecha debo dinero y sigo pagando de distintas formas los estragos de una mala inversión.

No dramaticemos, sigo vivo y contento, aunque estoy consciente de que fue una pésima acción. Un movimiento torpe y en falso. Tampoco es que todo haya sido malo, sólo que no es suficiente para compensar.

¿Por qué estaremos tan convencidos de que cagarla es sinónimo de aprender? Cierto es que resulta un bonito consuelo: "la cagué, pero ya aprendí, no me vuelve a pasar", "así se aprende"... Podríamos ahorrarnos muchas vueltas si la filosofía fuera "primero aprendo, y luego NO la cago".

Conforme me he ido conociendo, detecto más rápidamente cuando estoy tomando una decisión y la determinación con que la tomo. Por ejemplo, recuerdo que, caminando por CU, de regreso de clases en Filosofía y Letras tomé la decisión de terminar lo más pronto posible la carrera. Lo tengo muy presente porque estaba llegando al hallazgo de que me conocía mejor, estaba haciendo consciente una decisión y sabía que la cumpliría sin esfuerzos.

No fue lo suficientemente fuerte.

Días después, recuerdo haber tomado una nueva decisión al respecto. Como siempre, se me hizo tarde para llegar a mi clase. Aún así, tenía la opción de poner mi cara de pendejo y rogar que me permitieran la entrada. Decidí que no lo haría y con ello, estaba decidiendo no terminar la carrera.

Mirada borrosa, decisión atropellada por mí mismo.

Curioso, porque en el transcurso de pocos días, cambié una buena decisión, por una mala. Es como esos momentos "hubiera"... como la película "What if" en la que se observa el paralelismo de las decisiones.

Una cosa me parece importante mencionar.

La decisión de terminar la carrera era la "correcta" porque hubiera cerrado algo que comencé y seguramente me hubiera sentido muy bien conmigo mismo.

Por otro lado, hoy estoy seguro de que la carrera de letras hispánicas me dio una terrible hueva porque simplemente, no soy de ahí. Me encanta la lengua; eso sí. Digamos que es un deleite para mí; pero el precio para dedicarme a eso eran unas aburridísimas clases sobre literatura mexicana del s. XIX, o literatura española de los siglos de oro. Dios mío, dame paciencia.

¿Literatura mexicana del s. XX? uf, no.

¿Literatura iberoamericana 5? Por favor, alguien sáqueme de aquí.

Y me saqué de ahí.

Eso no excusa mi problema con el compromiso y la puntualidad. Eso es cierto, tengo un fuerte problema.

Efectivamente, las materias de la carrera que se enfocaban al estudio de la lengua, tienen asentado en el historial académico un promedio hermoso. Fui un estudiante brillante, curioso, a veces incluso burlón pero también certero.

La parte de mi historial académico dedicado al bloque de literatura... qué desperdicio de papel.

Pero siempre me sentí lo suficientemente brillante como para no esforzarme. Fatal error. La materia cumbre de todas las de lengua; filología hispánica me mandó a la lona. La maestra tenía una visión marcial de disciplina y compromiso. Caí en la batalla por sentirme muy verguitas.

¿Dónde habría quedado la música si hubiera seguido los pasos que me encaminaban a ser un apolíneo laureado?

¿Dónde queda la música ahora mismo?

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